Seis de cada diez nuevas empresas latinoamericanas basadas en innovaciones científicas o de ingeniería significativas, que se proponen resolver desafíos complejos del mundo real, lo hacen en base a la biotecnología. En comparación, la inteligencia artificial apenas agrupa a una de cada diez startups regionales que encaran esfuerzos sustanciales de investigación y desarrollo.

El reciente informe Deep tech, la nueva ola del BID afirma que la biotecnología sigue siendo un campo prominente debido al abundante talento especializado en ciencias biológicas de la región, la competitividad internacional del sector agrícola y la notable biodiversidad que sirve como recurso para los investigadores.
Las startups de biotecnología representan las principales creadoras de valor del sector de deep tech en la Argentina, con el 80%, igual que en Brasil, con el 68%, y en el resto de la región sólo llegan al 28%. Sin embargo, la exportación de líderes argentinos de nuevas biotecnológicas surge como un fenómeno incipiente y aparentemente contradictorio, aunque no tanto.
Por supuesto, no es suficiente con disponer de emprendimientos exitosos a la hora de transformar investigaciones aplicadas -previamente desarrolladas en las universidades- en desarrollo tecnológico. Se necesita, además, un respaldo financiero privado, que en nuestro país se limita a cuatro fondos de inversión especializados en el sector. Por si fuera poco, también se precisan incentivos del sector público, hoy inexistentes.
Por el contrario, Uruguay ofrece un entorno más estable y una serie de políticas que explícitamente promueven la innovación en ciencias de la vida, sector que agrupa al 90% de sus startups de deep tech.
Ejemplo de ello es el desembolso de casi 200.000 dólares que la Agencia de Investigación e Innovación oriental otorgó en aportes no reembolsables a la startup Antarka, cofundada por el ejecutivo argentino Stéfano Valdesolo. Junto con sus socios, los científicos uruguayos Juan José Marizcurrena, Betania Martínez y Célica Cagide, captó además otros 750.000 dólares en inversión de capital por parte de la aceleradora californiana IndieBio y los fondos especializados argentinos GRIDX -en cuyo programa se conformó el equipo- y AIR Capital.
“Hay mucha burocracia, igual que en la Argentina. Pero a la larga se consiguen los objetivos, porque es un país muy estable y las reglas son claras. Para hacer una inversión en el largo plazo, tiene un valor muy grande. En la Argentina, falta eso y lo sufrimos los emprendedores”, afirmó el CEO de la startup, abocada al descubrimiento y desarrollo de enzimas derivadas de extremófilos de la Antártida para la dermocosmética.
El emprendedor, ex gerente general para la Argentina del headhunter Matteria, señaló que startup dispone de nueve acuerdos de transferencia de material ya firmados con marcas de cosmética y productores tanto de los Estados Unidos como de Corea del Sur. Permiten probar la enzima y dejar a resguardo la propiedad intelectual. “Ya hay cuatro que nos confirmaron que quieren incorporar el activo dentro de sus formulaciones. Estamos hablando de millones de unidades que empezaríamos a comercializar en el 2026”, se entusiasmó el emprendedor.
La startup tiene una ronda semilla ya abierta de 3.000.000 de dólares, para escalar a una fase industrial. “Producimos actualmente en ATGen, una planta piloto de Montevideo que opera bajo normas de buenas prácticas de manufactura, con un biorreactor de 30 litros de capacidad, que nos permite abastecer hasta 3.600.000 unidades de producto final formulado por año”, puntualizó.
“Dentro de la misma planta, hay disponible un biorreactor de 300 litros, y nuestro objetivo es escalar a esa capacidad en los próximos seis meses. En paralelo, contratamos a BioBase Europe Pilot Plant, en Bélgica, para avanzar hacia una escala industrial de entre 2.000 y 3.000 litros, que nos permitirá abastecer la demanda global con estándares internacionales de trazabilidad y cumplimiento normativo”, advirtió.
El plan de largo plazo, en tanto, consiste en continuar la investigación sobre un conjunto de potenciales moléculas provenientes de extremófilos de la Antártida. “Tienen capacidades increíbles, porque las condiciones en las cuales sobrevivieron fueron muy extremas, y en su interior disponen de información que vamos a seguir descubriendo para convertirlos en productos”, completó.
Tan cerca de los Estados Unidos…
Hasta hace poco, el ecosistema de México carecía de fondos de capital de riesgo enfocados en startups de deep tech, mientras brillaban por su ausencia las iniciativas públicas dedicadas a fomentarlas, de acuerdo con el ya citado informe del BID. Del mismo modo, las universidades de ese país ofrecían apoyo limitado para el avance de este tipo de innovación, con la notable excepción del Tecnológico de Monterrey.
Pero todo parece haber cambiado. “Hoy, México ofrece una combinación difícil de replicar en la Argentina», explicó el magíster en finanzas argentino Miguel Berretta, ex gerente de planeamiento y gestión de una agrícola familiar con producción en Buenos Aires, La Pampa y San Luis y cofundador de MicroIN. Se trata de una iniciativa alumbrada en agosto del año pasado junto con la doctora en Biotecnología mexicana, Victoria Conde, a partir de una investigación sobre la toxicidad de los suelos aztecas, debido al excesivo uso de productos químicos. El propósito de la startup es acelerar el diseño a medida de estrategias de protección para microorganismos sensibles, “como si fuesen armaduras”, empleados para el desarrollo de nuevos productos biológicos.
“En la Argentina hay una base científica excepcional y una cultura de trabajo que enseña a resolver con creatividad y resiliencia. Pero al momento de transformar ciencia en un negocio global, los caminos se vuelven más largos: los marcos regulatorios son más pesados, la macroeconomía es impredecible y el acceso a capital para proyectos de biotecnología temprana es limitado”, afirmó Berretta.
Miguel Berretta, cofundador de MicroIN.
El emprendimiento de marras, de hecho, cuenta con una plataforma bioinformática que combina información genética de microorganismos, biopolímeros y variables de procesos escalables. “Nos enfocamos en la protección de hongos, bacterias u otros microorganismos, por la dificultad que existe para mantenerlos viables y efectivos durante los procesos industriales”, explicó.
La empresa levantó 250.000 dólares del fondo GRIDX, lo que le permitió constituirse legalmente en los Estados Unidos, así como alquilar en México un laboratorio y planta piloto en la Universidad de las Américas de Puebla, y presentar una solicitud de patente. “Si bien MicroIN está pensado con una mirada global, desde el punto de vista operativo, México cuenta con una estabilidad que no hay en la Argentina. Tanto el envío y recepción de material biológico como la compra de insumos o equipos para el laboratorio allá nos permiten acelerar procesos de desarrollo e iniciar relaciones con empresas estadounidenses”, aseguró el cofundador.
Por ahora, los socios de la iniciativa buscan cerrar acuerdos con desarrolladores de bio fertilizantes, inoculantes, bio insecticidas y bio fungicidas. “Estamos en conversaciones con empresas de distintos tamaños, desde startups hasta grandes corporaciones”, completó.
Otro ejemplo de emprendedora argentina que lidera una startup biotecnológica mexicana es el de la ingeniera ambiental Karina Campos, de larga experiencia en proyectos de gestión de residuos sólidos del Banco Mundial, el BID y la Secretaría de Ambiente de nuestro país. Si bien está constituida como “corporación c” en Delaware, su nueva iniciativa, bautizada en agosto del año pasado como Bioplastix, tiene sede dentro del Instituto de Biotecnología de la UNAM, ubicado en la localidad mexicana de Cuernavaca. Allí trabajan sus socios, los doctores en bioquímica Eliseo Molina y Gilberto Pérez Morales, junto con otros tres técnicos.
Karina Campos, cofundadora de Bioplastix.
“Desarrollamos una plataforma de diseño de biopolímeros, que combina inteligencia artificial y biología sintética. Nos gusta definir lo que hacemos con el término bioware, es decir un conjunto programable de herramientas biológicas, que incluye microorganismos, enzimas y bio procesos diseñados, para fabricar materiales sostenibles a escala industrial”, informó.
En concreto, la startup modifica genéticamente microorganismos para transformarlos en fábricas de procesos de fermentación de residuos agroindustriales o azúcares. “Algunos microorganismos almacenan energía en forma de moléculas con propiedades plásticas. Son plásticos bio basados y, al descartarse, se bio degradan rápidamente, porque otros organismos en el suelo o cuerpos de agua tienen la capacidad de comérselos. El impacto de este tipo de materiales es sustancialmente menor: se emiten menos gases de efecto invernadero, no se producen microplásticos y no se usan químicos dañinos”, enfatizó.
El objetivo de la startup es ejecutar proyectos piloto en 2026 y alcanzar su primera instalación operativa en 2027, integrada a una planta de bioetanol. Para ello acaba de abrir una ronda de inversión. Hasta ahora, como en los otros casos, había obtenido un desembolso inicial de GRIDX, por 250.000 dólares. También había conseguido aportes no reembolsables del programa internacional CATAL1.5°T y la ONG Halcyon.
Si bien con su startup anterior NILUS, ya había abierto operaciones en México para diversificar el riesgo del contexto argentino y en busca de un mercado mucho más atractivo por su tamaño y estabilidad macroeconómica, la emprendedora consideró que ahora esas condiciones no aplican a Bioplastix, por entender que su mercado es global y su modelo de negocio es de licenciamiento de tecnología.
“Para hacer una startup de biotecnología, en mi opinión, México o la Argentina ofrecen un ecosistema similar. La realidad es que la gran diferencia se verifica con ecosistemas como Silicon Valley, Boston o el Reino Unido. Allí sí realmente hay una ventaja de acceso a recursos económicos y de equipamiento”, concluyó.
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